Poemas



14 may 2016

Sonríe, James


Para Manuel y Simón

Tienes la obligación de esos futbolistas
Que en cada partido cambian de peinado.
La alegría no dura nada,
Los goles son promedios
Las carreras kilómetros relativos
Y todo lo que llevas puesto ya está vendido.
Esto, que alguna vez se jugó sin canilleras,
Con las medias abajo y un corte eterno de pelo,
Tuvo fanáticos a los que no importaba perder.
Juego bonito, era todo lo que pedían de un domingo. 

Colombia tenía entonces una horrible camiseta zapote
Que nadie se atrevía a poner
Y el futbol era para jugarlo.
A parte ese gol olímpico con que Marcos Coll
Lanzó un imposible empate a cuatro contra la Unión Soviética
En un mundial de Chile que haría parte de nuestra tradición oral,
De la que mi tío es toda una entidad,
No había mucho que contar.

Hasta que apareció él:
Con una cabellera de héroe griego,
Pongámosle Prometeo después de haber robado el fuego
Y que vuelve para burlarse de los Dioses,
Eludiendo con saña a cada uno de sus grandes monstruos.
A veces, incluso, marcando goles,
Que replicaban los niños en todos los barrios.
Puedo contar de memoria una de sus cabalgatas frente a Argentina
Manteniéndose en equilibrio mientras varios jalaban de su uniforme
Hasta llegar a la raya final para volverse y enfrentar al arco.
No sé ya si fue gol.

John Edison Castaño nos hizo ver futbol
Como si estuviésemos jugándolo.
No eran los goles que hizo,
Eran todos los que podía hacer.

Hasta que lo compró la mafia y lo puso a jugar sentado
Para que no hiciera daño desde otro equipo.
Su imaginación intrépida y joven
Podía corroer la inercia de un plantel caro y experimentado,
Empeñado en dar poco para alcanzar finales
Que siempre perdieron en los últimos minutos.
Faltaba algo y todo el mundo sabía bien qué.

Pero nadie anticipa en sus cuentas al diablo,
Ni Orejuelas ni Gachas ni Pablos.

Castañito fue gota de agua fresca cayendo en la sal del mar.
Mientras se perdía en la frustración de un joven
Mirando partidos importantes desde la banca,
A los demás equipos también los inflaba la mafia.
Me acuerdo de un clásico bogotano
En el que el Santa Fe ganaba por dos goles,
Acabando con la racha azul que parecía destino,
Cuando el arbitro pito penalti a algunos metros de la mitad de cancha.
El partido terminó empatado.
De regreso, caminando, pregunté a mi tío
Si había sucedido lo que habíamos visto.
Si mijito, dijo, eso es narcotráfico.

Así aprendió mi generación
A no esperar.

De esa historia hace James parte.
Otra gota de agua cayendo.
Sentado en el banco por pedir aumento en su salario
Después de su lesión contra el Perú,
Acusado de gordo, fiestero e infiel,
Envejecido por ojeras que no esperaba tener.
Atrapado, como el otro,
En esos cálculos oscuros,
Que la mafia elaboró veinte años atrás
Y que hoy sirven de casos de estudio
En la cartilla de sus hijos empresarios.