Poemas



18 jun 2019

Tías y abuelo

Mi tía Yiya murió hace poco.
Tenía noventa años y creció,
Como sus tres hermanas,
Sin marido.
Su padre, mi abuelo,
Se encargó de espantarlos todos.

Mi abuela, casi a escondidas,
Les enseñó a ganarse la vida por los bordes:
Haciendo arequipe, tejiendo pañolones,
Vendiendo textiles y otros dulces.

Mis tías vivieron juntas,
Ejerciendo las actividades que heredaron de su madre.
Costearon universidades a sus nietos,
Se endeudaron dando techos para crecer.
Organizaron todas las fiestas del año:
Cada cumpleaños, cada navidad,
Nos reuníamos felices en su casa.
Se hablaba de fútbol y de Gaitán
Mientras desenvolvían tamal.

A mi tía Yiya le gustaba reír.
Me encantaba escucharla reír
Rompiendo un orden calculado.

También le gustaba bailar.
Era tan pequeña que para darle vueltas
Había que soltarle las manos.

De mi abuelo, solo guardo un recuerdo:
Era un domingo y estaba frente al espejo.
Se ponía un sombrero.
Cambiaba de mirada y de perfil,
Como conquistando al aire.
Entonces descubrió que lo observaba,
Me lanzó una mirada dura y corta.
No me dijo nada
Y se fue.

Bailar

Mi adolescencia hubiese sido más tranquila
Si en las fiestas no hubiese tenido que escoger para bailar.
Me angustiaba atravesar esos salones de loza brillante
Con sillas de todo tipo delimitando estrechas pistas.
Tener un no como respuesta frente a la mirada de los demás.
Luego, si tenía suerte, entrarle a un ritmo disonante
Extraño a mi acelere cardiaco.
Necesitaba tiempo y confianza
Pero no lograba acostumbrarme a tanta cercanía.
Todo era demasiado explícito.

Era imposible confesar que no disfrutaba primacías
En mi explosión hormonal.
Cada uno asumía su rol.
Ellas, esperando tranquilas mientras hablaban;
Nosotros riendo sin mirarnos,
Parados,
Como si pudiéramos pensar en otra cosa.

Al final,
Cuando Hotel California o Angie sonaban acabando las fiestas,
Las parejas con suerte bailaban casi sin moverse,
Brazos abajo, manos entrelazadas, mejillas juntas.
Rodeadas de miradas tristes.
Alrededor en silencio aceptábamos
Falta de gallardía, insuficiente simpatía, poca belleza.

El baile era un juego difícil.

Afortunadamente la adolescencia no dura.
Acabé por entender que la postura inicial era convención.
Ninguna mujer, sentada desde el otro lado de la pista,
Espera como Penélope a su Ulises.
La mayoría invitan a bailar sin tener que acercarse:
De cerca, su palabra no es artimaña.
El verdadero poder está en sus ojos.

Así empecé a gozar del baile con naturalidad.